Como dice el vídeo, el gran cambio en la historia del cine fue la introducción del sonido, y es que tras las primeras experiencias sonoras de la Warner, y especialmente tras la exhibición de la primera película considerada sonora, "El cantor de jazz" (1927), de Alan Crosland, el sonido provocó una reacción en cadena, desde los estudios hasta las salas de proyección, influyendo en la producción, en la creatividad y en la repercusión social de las estrellas.
A partir de este momento la industria de Hollywood tuvo que hacer frente a esta nueva realidad. Para ello acometió la adaptación de los estudios y la compra de equipamientos para los rodajes.
Los exhibidores tuvieron que modificar sus cabinas de proyección para dar cabida a los nuevos proyectores y equipos de sonido. A nivel artístico, la llegada del sonido repercutió directamente sobre los actores, muchos de los cuales no lograron superar las pruebas sonoras y se vieron apartados de la profesión.
La industria se reorganizó en grandes estudios, que impusieron una política muy precisa de producción, de contratación de actores, actrices, de directores y de estilo. También se definió una política de géneros.
Los primeros intentos de cine sonoro en México fueron frustrantes, y fue en 1930 cuando Raphael J. Sevilla dio el paso más importante con "Más fuerte que el deber".
Nos situamos en el momento en que Eisenstein llega desde la URSS para rodar la película "¡Que viva México!", un proyecto complicado que jamás terminaría por falta de entendimiento con su productor norteamericano.
"Santa", del actor español Antonio Moreno, abrió las puertas para el cine sonoro mexicano, al que se incorporaron Fernando de Fuentes, Arcady Boytler y Carlos Navarro entre otros.
Tras su experiencia en "La quimera del oro" (1925), Charles Chaplin rodó "Luces de la ciudad" (1931) y en 1935 con "Tiempos modernos" alcanzó la cumbre de su crítica contra la máquina en la sociedad productiva.
El cine sonoro fue providencial para un género, el cine musical. Durante esta época destacaron los sobrecargados trabajos coreográficos de Busby Berkeley para la Warner, y la pareja Fred Astaire y Ginger Rogers fue la más aplaudida ("Sombrero de copa", 1935).
Tras su experiencia en "La quimera del oro" (1925), Charles Chaplin rodó "Luces de la ciudad" (1931) y en 1935 con "Tiempos modernos" alcanzó la cumbre de su crítica contra la máquina en la sociedad productiva.
El western vivió uno de sus momentos de transición, cifrado en los trabajos de Raoul Walsh, Henry Hathaway, King Vidor y, por encima del resto, John Ford, quien al finalizar la década dejó su sello inconfundible en "La diligencia" (1939).
En ese mismo año, Ford realizó "El joven Lincoln", una biografía de los años jóvenes del presidente más trascendental en la historia del país. De 1940 es "Las uvas de la ira", una producción que abandona los escenarios de sus queridos western para introducirnos en un mundo de trabajadores, emigrantes internos, que para muchos es una narración neorrealista antes de que los italianos pusiesen de moda el término.
John Ford y John Wayne en "Liberty Balance" |
El cine de terror en Estados Unidos durante los años 30 adquirió un brillo expresionista sin igual . En las pantallas se sucedieron estrenos "Drácula", "El doctor Frankestein", "El hombre invisible", "El cuervo" y "Muñecos infernales" entre otras.
La comedia tuvo como director más relevante a Ernst Lubitsch ("Un ladrón en la alcoba", 1932). Dentro del mismo género, Frank Capra quiso difundir el esperanzador mensaje del New Deal ("Sucedió una noche", 1934; "Vive como quieras", 1938).
El cine cómico llegó a un público universal gracias a la pareja formada por Stan Laurel y Oliver Hardy. En todo caso, han perdurado mejor las peripecias anarquistas y surrealistas de los hermanos Marx.
En clave melodramática, William Wyler aprovechó el legado literario (Jezabel, 1938; Cumbres borrascosas, 1939), por la misma época en que se rueda uno de los monumentos cinematográficos de la historia del cine, "Lo que el viento se llevó" (1939), de Victor Fleming.
Walt Disney estrenó su primer largometraje, "Blancanieves y los siete enanitos" (1937), y en Alemania, los documentales de Leni Riefenstahl apuntaban a una pesadilla en feroz contraste con la ingenuidad del dibujo animado.
Las primeras películas sonoras se realizaron en Berlín, impulsadas especialmente por la productora Alianza Cinematográfica Europea, y la tecnología alemana sirvió de base para la producción de películas en suelo francés.
El público, que en muchas ocasiones se mostró indiferente, comenzó muy pronto a valorar la aportación de los actores que, llegados del teatro, se hacían con los principales papeles. Sus rostros comenzaron a ser muy populares y estuvieron presentes en el cine francés durante muchos años: Maurice Chevalier, Michel Simon, Jean Gabin, Michèle Morgan, Fernandel y Arletty, etc.
En todo caso, cuando se trataba de atraer a las masas, ninguna cinematografía se las arreglaba mejor que la estadounidense. Como si fuera una antelación a tiempos venideros, el tema del gigantismo ("King Kong") se convirtió en habitual una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.
Escena de "King Kong" (2005)
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